Te levantas… y abres la persiana a golpes con tu pereza. El despertador vuelve a sonar y el estrés que surge de la necesidad de apagarlo te despierta un poco más. Sí… es otro maldito día. Uno de esos días que se prevén nefastos, en los que te tienes que desenvolver con artimañas si quieres salir ileso de todo lo que te rodea.
El día a día nos deja entrever diferentes tipos de personas según la manera de afrontar estos infiernos. Bien como un burro, aguantándolo todo hasta desfallecer en la noche, bien como un perro. Éstos últimos despliegan sobre nuestra realidad toda una serie de argucias y embustes de naturaleza canina.
Cabe decir también que los hay de diferentes tipos. No es lo mismo el perro ladrador que el perro viejo. Y aunque al fin y al cabo sean tan perros como el perro de perrera, se distinguen notables diferencias.
El perro viejo sale a la calle sabiendo que ese día es igual de malo que el de la semana anterior, aunque sabe que es otro día bien distinto. El perro viejo puede parecer hostil en estos días, pero esta fachada hosca no es más que un caparazón de experiencia ante las adversidades mundanas. Actuará siempre según su propio interés, sin llamar la atención y procurando andar lentamente para que el día pase lo más rápido posible.
El perro ladrador sale a la calle molesto, con el rabo alzado y con ganas de ladrar. Destaca por su ausencia de memoria pues no recuerda que la anterior semana tuvo un día igual. Ladra y ladra a los cuatro vientos ya que considera su día como el peor que haya podido tener en su existencia perruna. Y es que lo que le pasa a un perro ladrador no le pasa a nadie… Ladrará sus desgracias a quien se preste y nunca alzará las orejas para considerar o escuchar a un perro viejo o a un burro. Éstos, para el perro ladrador, no son más que personajes desdeñosos, al igual que su día. No hará falta decir que no tendrá reparos en morder, el viejo refrán en estos casos no se cumple. La egoína es una droga dura a la que está enganchado: con ella calma sus males, con ella alivia su día.
El burro nunca tendrá tiempo de escuchar las pamplinas del perro ladrador. El perro viejo no entiende al burro, pero lo respeta, sabe que hay diferentes formas de ser. El perro ladrador cree ser más audaz que el resto de la fauna. Sus ladridos le retumban dentro del cráneo, por lo que tenderá a simplificar sus juicios y decisiones para no acabar rabioso y en una perrera.
El día a día nos deja entrever diferentes tipos de personas según la manera de afrontar estos infiernos. Bien como un burro, aguantándolo todo hasta desfallecer en la noche, bien como un perro. Éstos últimos despliegan sobre nuestra realidad toda una serie de argucias y embustes de naturaleza canina.
Cabe decir también que los hay de diferentes tipos. No es lo mismo el perro ladrador que el perro viejo. Y aunque al fin y al cabo sean tan perros como el perro de perrera, se distinguen notables diferencias.
El perro viejo sale a la calle sabiendo que ese día es igual de malo que el de la semana anterior, aunque sabe que es otro día bien distinto. El perro viejo puede parecer hostil en estos días, pero esta fachada hosca no es más que un caparazón de experiencia ante las adversidades mundanas. Actuará siempre según su propio interés, sin llamar la atención y procurando andar lentamente para que el día pase lo más rápido posible.
El perro ladrador sale a la calle molesto, con el rabo alzado y con ganas de ladrar. Destaca por su ausencia de memoria pues no recuerda que la anterior semana tuvo un día igual. Ladra y ladra a los cuatro vientos ya que considera su día como el peor que haya podido tener en su existencia perruna. Y es que lo que le pasa a un perro ladrador no le pasa a nadie… Ladrará sus desgracias a quien se preste y nunca alzará las orejas para considerar o escuchar a un perro viejo o a un burro. Éstos, para el perro ladrador, no son más que personajes desdeñosos, al igual que su día. No hará falta decir que no tendrá reparos en morder, el viejo refrán en estos casos no se cumple. La egoína es una droga dura a la que está enganchado: con ella calma sus males, con ella alivia su día.
El burro nunca tendrá tiempo de escuchar las pamplinas del perro ladrador. El perro viejo no entiende al burro, pero lo respeta, sabe que hay diferentes formas de ser. El perro ladrador cree ser más audaz que el resto de la fauna. Sus ladridos le retumban dentro del cráneo, por lo que tenderá a simplificar sus juicios y decisiones para no acabar rabioso y en una perrera.
De noche, de vuelta en casa, el despertador amenaza con hacerte mañana lo mismo. La cena hace del cuerpo un saco de patatas difícil de transportar. El día ha sido una pesadilla pero hay quien descansa habiendo luchado o aprendido y quien pretende pasar por la vida sin saber de que va.